lunes, 9 de septiembre de 2013

Capítulo 3. Coser con planta.

''Los Elementos que proceden del 
Mundo Humano carecen de Sentidos,
para ello Terram deberá enseñarles 
a utilizar mediante la Comprensión
de Plata.''

Libro de los Elementos, Mundo Humano.








No puede ser que mamá, con ese pelo rizado y sonrisa torcida, la que me saludaba con un 'buenos días, cariño' cuando bajaba por las escaleras a desayunar y me besaba en la coronilla, no fuera en realidad mi madre. No puede ser ser que papá, que siempre tenía esas ojeras oscuras mientras leía el periódico y revolvía el cabello rubio de Holly, cuando se sentaba en el asiento contiguo al suyo. No puede ser que esas personas, que me criaron durante quince años no compartieran ADN conmigo.
Para mi sorpresa no lloro, ni pataleo, ni reacciono. Simplemente me quedo mirando a la nada, procesando, pensando, añadiendo la información a mi cerebro.
-Ya sé que no se me da muy bien dar este tipo de noticias -se disculpa Kyle, aunque francamente apenas le escucho-. Pero pensé que querrías escucharlo cuanto antes.
Creo que le susurro un gracias, a la vez que me levanto de la cama.
-¿Estás seguro de lo que me has dicho?
En mi corazón aflora la posibilidad de que se equivoque, de que haya sido todo un malentendido y que, por lo menos, conserve la idea de que mis difuntos padres, eran de verdad mis padres. Porque si no, me sentiría mucho más sola en el mundo de lo que ya hice con su pérdida.
-Los seguidores de Grey lo comprobaron cuando los médicos humanos les hicieron una autopsia.
Y entonces, la esperanza se vuelve contra mi. Aplastando mi pecho y haciendo que mi corazón se arrugue en una bola de papel. Y esa bola de papel parece a punto de quemarse.
-¿Y quién, si se puede saber, es ese tal Grey? -pregunto conteniendo la rabia.
-En realidad no se llama así. Digamos que es el jefe de todo el garito. Además, como todos los que protegen a los Cuatro van con esas túnicas blancas y, digamos que no es el tío favorito sino el cascarrabias, en la Sede le llamamos Grey.
Sé que intenta distraerme un poco con sus jergas, pero no da resultado. Le mando un ''buen intento'' telepáticamente, que se que recibirá dado que es tan bueno con los pensamientos. Parece sorprendido y eso me hace olvidar un segundo todo esto y esbozar una tímida sonrisa.
-¿Te importaría...? -le digo señalando la puerta.
Él comprende lo que digo al instante y también se levanta de la cama. Escucho la puerta abrirse, pero no cerrarse. Me doy la vuelta y me encuentro con que no se ha movido del umbral.
-Eveline... Sé que ahora mismo me darías una buena patada en el culo, yo lo haría. Incluso una vez lo hice -añade bajando la voz. Creo que esperando que no le oyera-. Pero comprende que, tu verdadera familia posiblemente esté vivita y coleando por ahí... Y, sean quien sean los que te criaron, te quisieron y gracias a eso tú eres esta chica. Y lo seguirás siendo. No te pierdas por eso.
Vaya. Parpadeo. Eso ha sido un buen consejo. Parpadeo. Dios, ¿voy a llorar? No. No voy a llorar delante de él.
-Oh, mierda -musito cabreada conmigo misma a la vez que me giro para no mirarle-. Lo siento, nunca lloro.
Kyle salva la distancia que hay entre los dos con dos zancadas rápidas, y está tan cerca de mi que huelo su fragancia. After-shave y a chico.
-No te disculpes. Yo también lloré cuando... -carraspea-. Demuestra que seguimos siendo un poco humanos.
-Así que tú sabes toda mi vida, pero yo no puedo saber cuando lloraste tú. Eso es injusto -replico para evitar soltar un hipido.
-Nadie sabe ni si quiera que he llorado. Si lo contarás tendría que arrancarte la lengua -bromea, intentando hacerme reír.
No lo consigue.
Ha tardado tanto en marcharse, que dudo en que mi barrera dure mucho más. Y como si ese pensamiento fuera un martillo que la derruyera, suelto un sollozo silencioso. Kyle da otro pequeño paso, rodeando mi espalda, de forma que puede rodearme con sus brazos y yo pego las manos a mi nariz y, seguidamente las apoyo en su pecho.
''Nunca lloro, pero cuando lo hago tengo que soltarlo todo, pero todo. En serio Eveline, es prácticamente un desconocido. ¡Apártate!'' me regaño a mi misma. Pero es tan agradable confiar en alguien. Ni si quiera ha habido una prueba de vida o muerte, pero me ha contado todo sin rodeos. Sin tapujos. Y su contacto resulta tan agradable. La llama de mi pecho se ha ido extendiendo rápidamente una vez me permito llorar, así que hago un esfuerzo enorme, intentando que no salga.
-Siempre he pensando... q-que las chicas lloricas son insoportables -digo en voz alta-. S-supongo que por el hecho que dejan t-todo perdido de mocos y y lágrimas... Exactamente como e-estoy haciendo con tu e-estúpida c-camiseta...
A través de su pecho, noto como se ríe. Yo también lo hago al cabo de un tiempo, aunque sigo llorando. Llorar y reír a la vez, que sensación más peculiar.
-Mi camiseta no es estúpida. Es más, está siendo bastante caballerosa al dejarte ensuciarla de esta forma.
-D-dale las gracias de mi mi... parte.
-¿Antes o después de lavarla?
Yo le doy un golpecito con el puño cerrado, y cuando me he dado cuenta, he parado de llorar. Kyle se aparta con las manos en mis hombros.
-¿Mejor?
Yo asiento, complacida, porque no me mira con pena ni compasión, sino con orgullo y comprensión.
-Ahora, borra esto de tu memoria y yo olvidaré ese ''yo también llore''.
-Hecho -promete sonriendo.
Tiene una sonrisa verdaderamente bonita. Un paleto está levemente inclinado hacía dentro, lo que me da ganas de gritar: ¡já, no podías ser tan guapo!, pero lógicamente no lo hago. Ahora que digo, ¿qué hago fijándome en su boca? Ah sí, estaba sonriendo.
En ese instante, de fuera de la habitación, se escuchan voces.
-¡No está en condiciones de hablar con nadie, Gr...quiero decir, Maese!
Al cabos de unos segundos, vuelve a hablar la voz de Lucinda.
-¡Eso no quiere decir que esté preparada para hablar con usted! ¡Debe de estar en shock! ¡Iremos en cuanto haya asimilado todo esto, se lo prometo!
Cuando Kyle me aparta rápidamente y a la vez como si fuera delicada, siento una punzada al darme cuenta de que he estado llorando sobre él. Maldita sea. Me meto en la cama mientras oigo que Lucinda se despide de alguien, al que nunca oigo.
-Por su puesto. Bajaremos en cuando reunamos a los Elementos.
La madera chirría cuando Lucinda aparece en el cuarto, con el ceño fruncido. Estoy sola en la estancia, Kyle se marchó en cuanto oyó su voz. Ni si quiera sé como ha salido, pero me concentro en que Lucinda se acerca a mi y se sienta a un lado de la cama.
-¿Estás bien?
Podría haberme puesto a llorar a lágrima viva. Podría haber escondido mi cara entre mis manos, y dejarme llevar. Pero de algún modo no hago eso. Sea lo que sea esto, ha ocurrido por algún motivo, y si necesito pasarlo para descubrir quién soy realmente, y buscar a las únicas personas que me quedan el mundo, necesito ser fuerte. Así que levanto la barbilla y hablo con voz clara y concisa.
-Claro. ¿Ahora qué?



Cuando pregunté 'ahora qué' no me esperaba para nada esto. Lucinda me dijo que tenía que conocer a Grey y sus seguidores, y que para ello tenía que parecer inocente. Ni si quiere pregunté, solo sabía que ella me había salvado una vez, y que ese tal Grey, era el tío cascarrabias. Al segundo por la puerta apareció Rose, abriendo mi maleta.
-¿Qué se supone que es esto? -medio grita, a la vez que saca mis pantalones anchos y mis sudaderas negras.
-Mi ropa -me encojo de hombros-. Ya sabes, cosas que te pones para no ir desnuda por la calle.
Creo ver por el rabillo del ojo a Rose sonreír, pero luego Lucinda suspira.
-Con esas respuestas va a ser difícil que parezcas inocente.
-No, ¿verdad? -apunta Rose-.Y menos con esto que se pone para no ir desnuda por la calle.
Al momento, me cae mejor.
Pero al parecer, Lucinda no piensa lo mismo.
-Esto es serio, chicas. Tienes que parecer una chica indefensa.
¿Indefensa? ¿Y quién dice que lo soy pero no lo dejo ver? Es más, después de todo lo que sé y he aprendido, me siento pequeña. Cuando en realidad, el reflejo que me revuelve el espejo es de una chica alta, con unos ojos verdes del color del mar cuando amanece, de un carácter afilado, demasiado afilado para ser una niñita miedosa.
-¿Y por qué? -se me ocurre preguntar al fin.
Ellas se miran. Se miran. Se miran. Y se vuelven a mirar. Hasta que al final Lucinda titubea y clava sus ojos en mi.
-Los Elementos Fuego son más peligrosos que cualquier otro. Su Esencia sale de su interior, en vez de recogerla de la naturaleza. Nadie sabe el motivo. Pero ocurre desde el principio de los tiempos. Así que, cuanto menos fuerte parezcas, más confianza pondrán en ti.
''Para que no me tengan controlada '' pienso en cuanto termina.
Por el tono en el que lo dice, no hago más preguntas sobre el tema, ahora ni nunca; me limito a creerla y hacer caso a sus palabras.
-Bien -continúa-, cuando parezcas... menos... bueno, menos espabilada, bajaremos.
Arrugo el ceño.
-¿Parezco espabilada?
-No he visto a nadie más despierta después de que su vida diera un cambio de tantos grados, Eveline.


-No -digo nada más verme en el espejo del cuarto. De mi cuarto. O lo que sea.
-Oh vamos, estás monísima -contraataca Rose.
Empieza a revolotear a mi al rededor, arreglando mi vestimenta, y apartando mechones de mi cara.
-No me gusta llevar faldas.
-No entiendo por qué, tienes unas piernas preciosas.
Sacudo mi cabeza, acostumbrándome a la sensación de mi largo pelo negro en contacto con mi espalda, nunca había llevado el pelo suelto, siempre en un moño raído, como Amalia. Pensar en ella, me llena de nostalgia, así que continúo mirándome en el espejo. Al parecer, lo único que voy a llevar puesto que me pertenece a mi misma, es una camiseta verde que me llega suelta más o menos por debajo del ombligo. La falda de pliegues color crema y las bailarinas del mismo tono pertenecen a Rose. Lucinda se ocupó de mi cabello, lo peino dejándolo caer ondulado por mi espalda. Incluso me han maquillado, dejándome las mejillas como dos manzanas. ¿En serio es tan importante mi imagen para que dos mujeres me presten tanta atención?
-Contadme más cosas sobre ese tal Grey -pido más que por curiosidad, para que me dejen un poco de espacio.
-Veo que alguien ya te ha contado la jerga -comenta alegremente Lucinda-. No hay mucho qué decir. Sus seguidores se encargan de proteger a los Elementos desde hace dos generaciones. Es la primera vez que Grey se encarga de ser el Maese, algunos años atrás, el anterior murió.
''Algunos años atrás, el anterior murió'' lo dice como si una pequeña espina se le clavara en el corazón. Incluso, se le apagan un poco sus ojos azules.
-Yo creía que tú nos protegías.
-Y así es. Más o menos.
-No -interviene Rose-. Ella nos reúne, nos cuida aquí, y nos ayuda a conocer nuestros límites y fortalezas. Es prácticamente como una madre para mi, Ithan, los demás y claro, lo será para ti. Pero los seguidores de Grey no son así. Nos conocen, nos estudian, nos llevan hasta que nuestras fuerzas no pueden más, para así asegurarse de que nuestro Mundo queda a salvo -y añade con ironía-. Como si nosotros no quisiéramos eso...
Olvido preguntar quien es ese tal Ithan, supongo que será otro Elemento que lleva desde una edad muy temprana en la Sede, con Rose. Pero lo que me impactó fue lo que dijo después de eso.
-Eres la única aquí a la que no van a entrenar ellos, sino que lo hará tu compañero de Esencia. Eres la primera de esta generación que lo tiene aquí. Tienes muchísima suerte de que no te pongan los ojos encima más de lo necesario.
Voy a entrenar con Kyle. Con el único aquí con el que me he mostrado vulnerable. Genial. Por lo menos no creo que me miré con asco, porque no lo hizo cuando le manché la camiseta.
Observo por el espejo que Lucinda le toma de la mano a Rose y la aprieta. Ambas sonríen. Lucinda levanta los ojos hacía mi y me retira un mechón negro de la cara.
-Ahora, intenta no parecer inestable emocionalmente, mantén agachada la cabeza y responde a sus preguntas con sinceridad.




Al salir del cuarto hay un pasillo, en el que solo hay tres puertas. La mía es la primera, la más cercana a las escaleras que bajan. A continuación hay otra en el mismo ángulo y la última, que lleva un candado, en la pared de enfrente de la escalera. En el pasillo nos reunimos con más personas. Una de ellas es Sammy, la chica del pelo azul, que me mira con los ojos fruncidos, como observándome y juzgándome. Luego está el que supongo que es Ithan, un chico tímido con el pelo zanahoria y ropa demasiado grande para él. Y Kyle, Kyle que no me mira ni si quiera. Hemos cumplido nuestras promesas de olvidar lo ocurrido.
-Encantada -digo por cortesía.
La mayoría sonríe, excepto Kyle y Sammy. Levanto la barbilla.
Rose se engancha a mi brazo de camino a las escaleras, como si nos conociéramos de toda la vida. Lo curioso es que no me molesta. Me dice que no me preocupe por Grey, no tengo nada que temer mientras que haga caso a Lucinda. Y yo le sonrío, diciendo que ella parece más nerviosa que yo. Eso la hace reír, pero continuamos en silencio.
Cuando piso el primer escalón, mis ojos vuelan hasta el techo. Rose, Ithan y Sammy siguen andando, pero yo me quedo ahí, parada, mirando hacía arriba. Son destellos dorados convertidos en frases en relieve procedentes de distintas partes del mundo, y por lo tanto, en distintos idiomas. Avanzo hasta que distingo alemán, una lengua extraña, chino o japonés, francés... y por fin, español e inglés. Me vuelvo a quedar congelada, excepto mi brazo, que sube hasta las líneas que forman 'fuego para iluminar los mundos'. Así que, se repiten una y otra vez unas frases de los Cuatro Elementos, pero en distintos idiomas. Curioso. Cuando mi índice toma contacto con aquello, una llama llena las letras, y las hace brillar. Justo cuando abro la boca para formar una 'o' de sorpresa, escucho la voz de Kyle a mis espaldas.
-Están todos los idiomas que se hablan en el mundo. Tanto en este, como en el Mágico -me explica. A su vez, levanta su brazo derecho y toca una oración que antes he designado como la de la lengua extraña.
Ocurre lo mismo que ha pasado conmigo:  empiezan a llenarse de llamas con su contacto.
-¿Por qué? ¿Y por qué no habláis todos el idioma del Mundo Mágico entonces?
Bajo la mano ya que el fuego se estaba extendiendo hacía las demás como las que contienen 'fire' e 'ignis', conectándolas por un hilo ardiente. Nota mental: ''no tocar más cosas si no quieres provocar un incendio''.
-Porque los Elementos proceden de todas las partes del mundo, no nacen en ningún lugar en concreto. Digamos que es como un símbolo. Y no hablamos ese idioma porque algunos somos del Mundo Humano y no se nos ha dado esa educación. Además, es difícil de aprender, mientras que si un Elemento habla mandarín o francés, se le puede enseñar fácilmente inglés o cualquier otro. Pero, aquí, suelen referirse a las cosas importantes por su nombre en latín. Debe ser que les parece una lengua antigua y que les hace parecer más inteligentes de lo que son.
Sonrío ante lo último, a la vez que asiento. Todo parece lógico. Dejando a parte que existen dos mundos y brujos, y ese tipo de cosas.
Kyle, por su parte, no ha bajado el brazo en todo el tiempo en el que hemos hablado, así que hay unas ramas que llevan su Esencia de un idioma a otro, dándoles ese brillo característico del fuego.
Kyle baja la mano. Me fijo en que no lleva el anillo esta vez. Qué raro.
-Creo que deberíamos irnos -dice cortante, mirándome a los ojos.
Cuando pasa por mi lado, me empuja con el hombro, lo que hace que me tambalee y que tenga que pegarme a la pared.
En mi cabeza bullen miles de insultos, pero me contengo. Cuando ya no le tengo a la vista y estoy segura de que no va a poder oírme, murmuro:
-¿Se puede saber qué diantres le pasa a ese chico?
Después de alisarme la falda (nunca pensé que tendría que alisarme la falda, que femenina me he vuelto de repente), me encaminé escaleras abajo, sin pensar en lo desconcertante que era Kyle. De verdad que no estaba pensando en eso. Bah, que más da mentirme a mi misma de vez en cuando.
La sala en la que desembocan las escaleras es... Una sala digna de ser descrita. Más larga que ancha, pero increíblemente alta. Lo último se debe en parte al efecto que crean sus ventanales que llegan hasta el techo, mostrando el mismo paisaje que se ve desde mi cuarto pero desde un punto de vista más bajo. La luz que proyecta el sol, pasa por los cristales curiosamente limpios y crea un pasillo natural. El suelo es de madera vieja, igual que el techo, solo que este está pintado. Pintado con nubes que parecen de verdad. Nunca había visto antes un dibujo tan realista excepto a lo mejor en algún museo. Parece tan real, como una foto que hubiera hecho yo. Parece que si te acercas lo suficiente y lo tocaras con la yema de tu dedo índice, podrías hacer una pequeña incisión a una nube e incluso morderlas. Hay algo raro en este dibujo. Algo inquietante. Algo mágico.
-¿Vienes, Ever? -me grita Rose desde el otro extremo de la sala, donde los demás adolescente están sacando piedras de su bolsillo.
Giro sobre mis talones, aún mirando al techo, buscando algún indicio de algo que pudiera no ser normal. A parte de ser de unas pinceladas abrumadoramente increíbles, nadie diría que no es un dibujo corriente. Pero no para mi ojo experto. He hecho tantas fotos desde que tenía trece años, que sé cuando un material esconde un secreto, cuando un tapiz o relieve quedaría mejor con una luz u otra. En cambio esta obra, parece tener vida propia. Como si alguien hubiera encerrado un pedazo de Sol dentro de ella.
Ahí está.
Un reflejo que hace un segundo no estaba.
Me quedo quieta.
Una nube que se mece con el viento.
El reflejo desaparece.
Y a los segundos vuelve a aparecer.
Lo único que puedo hacer es sonreír y obligar a mis pies a caminar hasta Rose, que me mira con curiosidad.
-¿Estás bien? Parece que has visto un ángel dentro de esas estúpidas nubes.
Carrapeo, un tanto incómoda.
-Me gusta como el pintor ha captado el cielo con algunos trazos. Como si hubiera cogido su... -pienso un segundo la palabra adecuada- Esencia.
Rose sonríe. Luego, se difumina delante de mis narices, hasta que veo lo que había detrás de ella, en vez de su figura. Mis ojos se abren como platos.
-Vamos, Ever -ordena Kyle, pero noto que sus labios están un tanto inclinados hacía arriba.
No le hago caso, mi cuerpo gira hasta que he visto toda la sala. No hay rastro ni de Lucinda, ni de Sammy, ni de Ithan, y ni de Rose.
-¿Dónde se han metido todos? -le pregunto histérica.
-Vamos -repite esta vez más serio.
Le pongo los ojos en blanco y él parece sorprendido con mi gesto. Se recupera rápidamente y saca una piedra de sus pantalones vaqueros. Es ovalada, transparente y parece vacía, hasta que la agarra con fuerza y una llama sale de su interior.
-Agárrate a mi -vuelve a ordenarme.
Hago lo que me dice sin dudar. Me agarro de su brazo y nada más establecer contacto con él, siento una pequeña descarga.
-Oye -le digo para que me mire.
Sorprendemente, lo hace. Me distraigo con sus ojos, del color del Sol mezclado con la miel y el otoño. Parecen perforarme, pero me armo de valor. Después de inspirar lentamente, le digo:
-Me gusta más el Kyle simpático del cuarto, que el Kyle malhumorado y mandón.
Kyle vuelve a parecer sorprendido con algo que digo o hago. Eso me hace sonreír y le aprieto más por encima del hombre para volver a sentir esa corriente eléctrica que me llega hasta las mismísimas puntas de los dedos de los pies.
Él mira al frente confudido, aprieta la piedra y antes de que sentir un vértigo extraño en el estómago, le oigo decir:
-A mi también.





Aparecemos delante de una puerta. Acorralados entre ella y los demás Elementos. Ni rastro de Lucinda. Cuando Kyle va a soltarse de mi agarre reacciono apretándole más las articulaciones por encima de su codo.
-No me sueltes, por favor. Me da... pánico entrar ahí sola.
Nunca lo había pensado, pero de verdad me siento indefensa y miedosa al pensar que voy a estar delante de Grey y sus seguidores, después de todo lo que me han dicho de ellos. Y el chico al que agarro del brazo, es la única persona a la que he empapado la camiseta (que ya se ha cambiado) y aún así -o por eso- me siento segura con él.
Kyle vuelve a enarcar las cejas.
-Por Dios, deja de sorprenderte cada vez que sale algo de mis labios y responde algo productivo -le susurro enfadada.
Él suelta una carcajada, pero no me obliga a resarcirme.
-Más bien es de lo que pasa por tu mente, Ever.
-No me llames así -le regaño.
-¿No te gusta?
-Exacto, chico listo.
-Pues entonces genial, Ever.
Le fulmino con la mirada, pero él parece divertirse. Vuelve a mirar al frente cuando la puerta de doble hoja se abre, dejando paso a una habitación propia del Renacimiento por lo recargada de adornos que está. Es presidida por una mesa alargada que ocupa el final del espacio, en la que cabrían 30 personas fácilmente. Las sillas que están detrás, son todas iguales, excepto la mas centrada, que es la que tiene más ornamentos. Aunque no puedo ver a nadie. Simplemente a Lucinda gesticulando mucho frente a una silla.
-Así que vos, querida, sois Ignis -dice una voz rasposa desde ningún sitio.
Doy un respingo y miro hacia todas direcciones buscando de donde viene la voz.
-Oh vaya, no posee sentidos, ¿me equivoco?
Lo dice en tal tono, como conteniendo la risa que me entran ganas de darle un puñetazo. Pues claro que tengo sentidos, te estoy oyendo ahora mismo. Eres tú el que eres invisible, maldita sea. ¿Y qué es eso de hablar como si estuviéramos en otro siglo?  Me muerdo la lengua, recordando que tengo que parece inocente y miro contrariada a Lucinda.
-Esperábamos que Terram solucionara lo de la Compresión de Plata antes de reunirse con usted -aclara ella sin tapar su enfado. También intuyo que querría haber añadido ''pero es demasiado cabezota y controlador''. Al menos yo lo habría hecho.
Eso parece bajarle los humor a Don-soy-invisible, porque no responde. Supongo que le estará enviando una mirada asesina a Lucinda. Que rápido he dejado de pensar en ella como una madre.Cuando hace un minuto estaba acojonada pensando en lo que me esperaba, ahora estoy pensando en agredir a Grey. Veo como Kyle sonríe ante mis pensamientos y le doy un manotazo mental, que parece dejarle fuera de mi cerebro. Vuelve a parecer sorprendido.
-Podríamos hacerlo ahora, Maese -opina otra voz de hombre.
-Gran idea, Strandberg. Ignis, ¿lo aceptas?
Tardo algunos segundos en reaccionar, ya que no estoy acostumbrada a que me llamen así. Me doy cuenta de que se dirige a mi persona, cuando noto varios pares de ojos sobre mi. Recuerdo que tengo que parecer indefensa y agacho la cabeza, retirándome un mechón de la cara como si fuera de cristal.
-Por su puesto, Maese -susurro.
Entonces, Kyle me suelta. Le miro un tanto confundida, y asiente hacía Rose, hasta que comprendo que Terram va a darme los sentidos. Kyle me sonríe. Creo que se me para el corazón al recordar que solo me ha sonreído esa vez y en el cuarto, cuando era agradable. Aunque ahora tampoco me disgusta. Un poco. Pero no mucho.
-He estado practicando -interurmpe Rose mi reflexión -. Esta vez no pasará lo de la última vez.
Estoy a punto de protestar y de apartarme, cuando planta su mano en mi frente.

Mis ojos en un acto reflejo, se cierran, aunque mi vista sigue ahí. Ahogo un grito. Un grito de sorpresa, porque sé que mis ojos descansan bajo mis párpados y no es posible que siga viendo a través de ellos.Siento como si algo dentro de mi se removiera y luchara por salir. Es una sensación extraña, como cuando vas a llorar y sientes que van a salir las lágrimas. Solo que aquí lo noto por todo el cuerpo y no es tan desagradable.Lo último que noto en mi cuerpo (material) es una exhalación. A continuación me siento tan ligera como una pluma. Intento mirar hacía abajo, cuando noto que me elevo sobre Rose, pero ella no mira hacía arriba. Mira a mi cuerpo. Que sigue ahí. Inmóvil. Con los ojos cerrados.Pero yo...''Miro'' hacía arriba.Estoy atravesando el techo lleno de grietas. Hago un amago de articular monosílabas de sorpresa. Pero no lo consigo. El ascenso continua con rapidez. Casi no me da tiempo a admirar el lugar donde estoy (porque no es donde me he despertado, sino una gran isla plagada de verde, de casitas de cuento y ríos con los tonos del arcoiris) desde un punto de vista aéreo cuando distingo varios coletazos planteados que se unen con cada punto de la Tierra. Parece que todos dan con algún ser vivo, porque hay algunas líneas saliendo del techo ruinoso de donde he salido y otros miles de trazos rebosando las calles, las casas, los lagos y ríos... Hay millones de destellos planteados. Hasta alcanzo a ver algunos que se pierden en el horizonte hacía todas direcciones.Me paro en seco.Alzo la mirada.Todos esos hilos, se unen. Todos se reúnen en torno a un punto. Uno solo.Bajo la mirada y veo que yo también soy un hilo brillante, que sale del techo (ahora algo más espectacular) y llega hasta ese mismo punto.Todos estamos unidos.Y con ese último pensamiento todo va en retroceso.Todos los recuerdos que he acumulado desde que me eleve, van a cámara rápida hacía atrás. Hasta que abro los ojos de golpe y caigo de espaldas.









martes, 6 de agosto de 2013

Capítulo 2. Kyle.

Los Elementos pertenecen al linaje de los brujos o hechiceros del 
Mundo Mágico. La diferencia entre ambas especies es la Esencia que 
poseen los Elementos: ya sea fuego, agua, tierra o aire.
Además de ser mucho más poderosos que cualquier 
otra vida que pudiera existir en los mundos que conocemos.

Libro de los Elementos, introducción.





Me despierta el murmullo continúo de voces.
Tardo algunos segundos en descubrir que nadie había apagado la luz, sino que soy yo la que tiene los ojos cerrados. Pero no me siento capaz de despegar los párpados, porque de algún modo, el cansancio que había sufrido en el sueño, seguía patente en la realidad. Y también el frío.
-Bueno, por lo menos ahora estamos seguros de que es ella -dice la voz de Rose.
¿Eh?
-Oh, sí. Es genial -esta vez la voz de Lucinda suena irónica-. Pero no sería bueno que la Elemento Fuego muriera, ya hemos perdido a suficientes. Por no hablar de como explicaría a los humanos que la adolescente que acabo de adoptar, muere congelada.
A continuación un resoplido y unos pasos que se alejan y se acercan mecánicamente.
Oh, ¿alguien ha revisado la salud mental de esta gente? Lo que sí es cierto, es que estoy congelada.
Emito un gruñido de confusión.
-¿Has oído eso? -medio exclama Lucinda-. ¡Ve a llamar a Mathew para que traiga más mantas!
¿Mantas? Ah eso está mejor. Tengo tanto frío...
Se abre unas puerta. Gritos en un lugar cercano a donde me encuentro. Pasos acercándose. La puerta de antes cerrándose. La mano de Lucinda sobre la mía.
-Aguanta un poco más Eveline...
Espera, espera. ¿Qué me ocurre?
Gimo de placer cuando varias manos me rodean estirando sobre mi cuerpo inerte varias mantas.
Empiezo a tener miedo de verdad cuando empiezo a tiritar y no discierno una voz de otra.
-¿Se puede saber dónde está Kyle? -pregunta una mujer cabreada.
-Cuando le llamé estaba con Moon de camino -responde Rose.
''Genial'' pienso, ''más nombres que no conozco''.
Estoy tan cansada de mantener la consciencia y de tener que hilar pensamientos. Necesito dormir un poco.
Así, me abandono al mar del descanso, a la vez que oigo a duras penas como alguien llega corriendo por la puerta, mientras unas manos masculinas me zarandean.
Tengo tanto frío...



El frío glacial va dejando libres mis extremidades agarrotadas, sustituido por el calor similar que a veces sentía en el corazón, o al que liberé en mi pesadilla.
Cuando por fin mis dedos sienten algo, lo hacen aferrándose a una mano. Una mano áspera, grande y... que quema pero no duele.
Mis ojos se entreabren y divisan una línea de lo que debería ser mi visión completa.
-Menos mal -suspira muy bajito una voz que debe ser del joven que sostiene mi mano. Tiene un leve acento inglés.
No suelta mi mano en ningún momento. Ni yo tampoco suelto la suya.
Mi mente empieza a librarse de su espesura. Y mis pensamientos se organizan en cajas con las etiquetas: 'locura', 'cordura', y 'miedo'. Por ahora 'cordura' está vacía.
Es como si las chispas que desprende la mano de ese desconocido, me llenaran completamente y me fuera inyectando energía para despertar. Tanto es así que al cabo de unos minutos, abro los ojos un poco.
Un chico de uno o dos años más mayor que yo, me observa con unos ojos increíbles. Su color es una mezcla entre el naranja del atardecer y la miel brillante. Son tan bonitos que me podría quedar ahí, mirándolos todo el tiempo que quisiera sin aburrirme, viendo como sus motitas color ámbar giran cuando la luz incide en ellos a lo largo del día.
-Gracias a Dios...
Oh. Su. Acento. Inglés.
El joven cierra los ojos apenas dos segundos, impidiéndome disfrutarlos más tiempo. Así que aprovecho para examinarle. Su cara es todo ángulos y belleza, con el pelo marrón alborotado cayéndole sobre la frente. Lleva una camiseta negra y está sentado al lado de mi lecho, aún agarrándome la mano. Es tan guapo que en vez de pensar en cualquier otra cosa, pienso en que tengo que hacerle una foto con la luz del Sol incidiendo justo en sus ojos, con la iluminación necesaria, prácticamente a oscuras.
El cuarto en el que estamos es de paredes blancas y suelos de madera oscura. La cama en la que descanso está empotrada contra una pared, de cara a un ventanal enorme enmarcado por dos cortinas de tela gruesa de color rojo sangre, pasadas de moda. La habitación está completamente desnuda, excepto por algunas sillas desperdigadas, un armario bastante grande y dos puertas.
Él se levanta de la silla que está junto a mi lecho, haciendo que el chute de energía que tenía se desvanezca como por arte de magia. Y la barita son nuestras manos. Mis ojos se vuelven a cerrar sin poder hacer otra cosa más que gruñir.
-Oh, mierda. Se me olvidaba -vuelve a agarrarme sin demasiado entusiasmo-. No bromeaban cuando decían que estabas muy débil.
Pestañeo abriendo los ojos de forma definitiva.
-¡Está despierta! -grita el joven que tengo delante.
Arrugo el ceño en su dirección, bastante molesta por su granido. Parece que me va a explotar la cabeza y no ayuda mucho.
Mi parte lógica por fin toma partido.
-¿Se puede saber dónde estoy? ¿Y quién eres tú? -le pregunto consciente de que no está atento de mi, sino de la puerta que está abriendo.
Por ella aparece Lucinda, con la cara demacrada y con el pelo desperdigado fuera de un pequeña coleta. Sus ojos brillan cuando me ven intentando incorporarme en la cama. Me doy cuenta de que no lleva la ropa con la que vino a recogerme, sino que lleva una túnica blanca con la capucha echada hacía atrás.
Ojos Increíbles levanta nuestras manos unidas como si fueran una prueba irrefutable de algún asunto que no acabo de entender.
¿Por qué este tipo tiene mi mano agarrada con tanta firmeza, y por qué arde sin dejarme los dedos rojos?
¿Y por qué parece ser un milagro que tenga los ojos abiertos?
¿Y por qué la mujer que me ha adoptado parece tan feliz cuando ve que este chico me agarra como si fuera una niña de cinco años?
Lucinda viene corriendo y prácticamente se abalanza sobre mi. Parece pensárselo porque retrocede cuando está a punto de darme un abrazo y junta sus manos como si estuviera rezando a la altura de la barbilla, a la vez que sonríe.
-Gracias a todos los Mundos, estás viva...
-¿Debería no estarlo? ¿Qué está pasando?
Lucinda mira al joven. El chico mira a Lucinda. Parecen hablar sin palabras.
-Tengo que volver a irme. Grey quiero más detalles sobre ella. Además de explicaciones sobre por qué casi muere justo cuando la tengo bajo mi custodia.
¿Morir? Seguro que son una mafia. Eso es. Unos mafiosos frikis.
El chico alarga el brazo que tiene libre hacía ella y le da un apretón amistoso.
-Lo harás bien.
Lucinda suspira, pero de todas formas le sonríe con amargura. Y yo mientras observo la escena sin comprender palabra de lo que hablan
-Gracias, Kyle. Creo que quiere algunas respuestas -dice señalándome con la cabeza, como si no estuviera. Luego vuelve a mirar a Kyle-. Y tú y yo, ya hablaremos cuando vuelva.
Luego, como si nada, hinca una rodilla en el suelo que rechina bajo su peso, agarra la mano que tengo libre y me la besa.
-Gratias, Ignis.
¿Se puede saber qué diablos les pasa a esta familia con mis manos? ¿Y qué diantres significa Ignis?
Acto seguido, Lucinda desaparece echa una marea blanca, sin explicarme que ha pasado aquí.
Siento los ojos de Kyle clavados en nuestras manos. Yo intento resarcirme de su agarre, pero él no parece dispuesto a soltarme. Resoplo en su dirección, a lo que Kyle sonríe como si hubiera contado un chiste. Le pongo los ojos en blanco y él ensancha aún más su sonrisa. Entonces, llevada por un instinto, agarro con fuerza su mano y me recuesto en la cama de un tirón rápido. Kyle cae de la silla y, por fin, suelta mi mano, que queda un poco fría. Empiezo a sentirme un poco débil, pero sigo teniendo energía, tanta como para elevar los labios en dirección a Ojos Increíbles cuando se incorpora del suelo.
-¿Ojos Increíbles? -pregunta él rascándose la cabeza.
¿Pero qué...? Arrugo en ceño.
-¿Lo he dicho en alto?
-No, por desgracia. ¿Tiras al suelo a los chavales que tienen los ojos bonitos siempre o yo soy el primero?
Ignoro por completo su pregunta y su tono condescendiente, centrándome en que (posiblemente) me ha leído la mente.
-Estás mintiendo -le acuso.
Kyle se vuelve a sentar en la silla, ni si quiera se muestra ofendido porque le haya catapultado al suelo.
-Veras, no suelo mentir muy a menudo. Pero si quieres comprobarlo, piensa en algo que solo sepas tú.
-¿Me vas a hacer un truco barato?
-No son trucos baratos. Es... magia -la última palabra la pronuncia clavando sus ojos en los míos, anaranjados con verdes.
Apreto los labios. No tengo nada que perder. En un salto de fe, con los ojos aún en los suyos, pienso en mi sueño, en el lago congelado, en el fuego, en...
-Tu hermana -susurra como dolido-. Tus pesadillas son sobre tu hermana pequeña, Holly.
Automáticamente me incorporo en la cama, como si fuera un resorte. Abro la boca, la cierro. Vuelvo a abrir la boca, y la vuelvo a cerrar. Nadie sabe eso, ni si quiera Amalia. Y ahora Kyle...
-Lo siento -dice como en un suspiro.
¿Eh? ¿Por qué? ¿Me está dando el pésame? ¿Sabe que murió? Ante la ley no está muerta, simplemente desaparecida. Los equipos de rastreo que encontraron su cuerpo ni en el coche, ni en sus alrededores. Digamos que yo no conservo esa tonta esperanza. Pero descarto la idea, ahora esa no es mi mayor preocupación.
-¿Dónde estamos?
Cuando dirijo los ojos hacía Kyle, él ya me estaba mirando, listo supongo, para explicarme todo esto.
-En un pueblo a las afueras de Londres.
-No recuerdo haber tomado ningún avión, solo...
-Oscuridad -me interrumpe él y asiente a la vez lo que lo dice-. Necesito que me escuches. Y que no hagas preguntas hasta que termine. ¿De acuerdo?
Yo asiento, un tanto confundida, pero le dejo hablar. Kyle toma aire y se inclina sobre su silla hacía mi.
-Estamos en la Sede de los Cuatro Elementos. No eres del Mundo Humano. Eres un ser mágico, concretamente un Elemento, Fuego. Cada 20 años más o menos, nacen dos niños, un chico y una chica para Fuego, para Agua, para Tierra y para Aire. Se crearon con el propósito de derrotar a los Oscuros, seres sedientos de magia y de poder, que buscan destruir el Mundo Humano y Mágico.
>>Los Elementos no desarrollan su Esencia, es decir, su poder sobre la naturaleza, hasta los dieciséis años. A partir de ahí, sus emociones toman partido, de forma que si te invade la pena, el amor, la alegría, la sorpresa o cualquier otra, de forma muy intensa, tu Esencia se descontrola y los Oscuros pueden encontrarte y... despojarte de ella, dejándote sin energía y al borde de tu muerte. Para que eso no ocurra, tenemos una especie de reliquias, joyas, si prefieres llamarlo así que evitan que, en nuestro caso, ardamos como antorchas con nuestros sentimientos.
Con eso último, levanta su mano derecha y me enseña que en su dedo índice posee un anillo, con lo que parece un rubí incrustado de color rojo, pero prestándole más atención, ese color se lo dan las chispas y llaman que brillan en su interior.
''Fuego'' pienso entre otras cosas.
-Siempre intentamos encontrar a los Elementos antes de que cumplan los dieciséis, para evitar que los Oscuros también los hallen y perder una vida. En mi caso y en el de Rose (creo que ya la conoces) y Sammy, nacimos en el Mundo Humano, por eso puedes vernos. A Lucinda puedes verla porque ha decidido que puedes hacerlo, mediante un hechizo que oculta su forma original. Y... creo que eso es todo.
Parpadeo. Parpadeo. Parpadeo. Vaya. Parpadeo.
Mi reacción debe de ser graciosa, porque frunce los labios intentando no reír.
-¿Qué parte te parece divertida, si se puede saber? -espeto a la vez que me levanto por el lado de la cama  contrario al suyo y me dirijo a la ventana.
No sé por qué voy hacía allí, supongo que necesito pensar sin que me escrute de esa forma.
-Tu reacción. No me has pegado, asegurando que estoy loco y gritándome que te saque de aquí.
-Probablemente debería haberlo hecho -digo cuando ya he llegado a la ventana.
Frente a mi se extienden colinas verdes. Es más, por la altura desde que las contemplo, el edificio en el que estamos debe estar posicionado una de las más altas. No hay mucho que decir, todo es verde salpicado por flores amarillas y azules, del color que debería ser el cielo en vez de ese gris encapotado.  Hay un pequeño lago en medio de los montículos menos pronunciados, en el que distingo una chica con el cabello azul. Aparentemente es de lo más normal, una adolescente mirando la superficie del lago que refleja el color del cielo, o eso es lo que creo hasta que baja su brazo en dirección al agua y al subirlo, del lago surge una bola equivalente a dos veces mi cuerpo. Es francamente sorprendente. Noto algo raro en mi pecho, lo que sentía en sueños.
-Ella es Sammy -indica Kyle a mi lado.
Doy un respingo al notarle cerca, pero no me aparto. Quiero más respuestas.
-Y apuesto un riñón a que es Agua -digo mirando hacía ella.
-Adoro tu capacidad deductiva, Eveline.
Pongo los ojos en blanco. No le pregunto como sabe mi nombre, seguro que mientras estaba grogui ha tenido más que oportunidades de preguntárselo a alguien, eso no es lo que me preocupa.
-¿Debería creerme lo que dices o salir corriendo?
Sin mirarle, noto como sonríe indiferente, mirando aún hacía Sammy, que está creando un dragón con el agua como si fuera lo más corriente del mundo.
-Estamos viendo como una chica crea figuras con ese lago de ahí. Y...
Como deja la frase sin terminar, me giro hacía él, a tiempo para ver como se deshace de su anillo y lo deja en la repisa de la ventana. Coge mi mano y con sus dedos entrelazados en los míos, las sube hasta que están a la altura de nuestros ojos.
-No te puedo quemar, a menos que las llamas tomen contacto con otro material que no sea nuestras pieles.
Antes de que pueda apartarme, contemplo como de sus dedos salen despedidas varias llamas, que se van extendiendo por nuestras manos enlazadas. No siento lo que esperaba, ni calor abrasador, ni una quemadura. Simplemente un chisporroteo agradable. Acto seguido, vuelvo a sentir en mi corazón y venas, esas llamas; y segundos después, mis dedos también son cerillas humanas. Es una sensación muy agradable. Sentir sus yemas en mis nudillos, su palma sobre la mía, transmitiéndonos mutuamente ese murmullo ardiente. Estaba tan absorta en ver el curioso vals de las llamas, que no me había percatado de que me miraba atentamente hasta que levanto la vista. Sus ojos son tan abrasadores con el mismísimo fuego, incluso casi del mismo color, y hacen que mi piel se sonroje con la misma facilidad, pero de distinta forma.
Carraspeo y retiro la mano, rompiendo la magia del momento. Las llamas se consumen como si les hubiera echado un cubo de agua encima.
''¿Me estaba mirando cuando no estaba atenta?''.
-La sensación que se siente en el pecho cuando, bueno... estallas en llamas, es lo mismo que notaba cuando soñé con mi hermana. Y también había fuego. ¿Qué quiere decir eso?
Kyle se vuelve a poner el anillo despreocupadamente a la vez que habla.
-Que los Oscuros se habían metido en tus sueños para quitarte la Esencia a la fuerza, mediante alguien que te importara para desatar tus emociones. Pero la mujer que cuidaba de ti en el orfanato se encargaba de que eso no ocurriera con una infusión de hierbas del Mundo Mágico. Cuando te dormiste en el coche, habías eliminado el brebaje y nada impidió que te robaran la Esencia. Por suerte Rose llevaba su Andrómeda para abrir un portal y traeros a la Sede.
¿Amalia? ¿Que tiene que ver ella en todo esto? Aunque supongo que no lo tienen, simplemente le dijeron que me lo administrara y ella lo hizo. Sí, tiene que ser eso.
Por otro lado, apunto 'Andrómeda' como palabra para preguntar luego.
-Pero tú tenías que estar aquí para algo y no estabas. Lo recuerdo.
Él suspira y se sienta en la cama con la cabeza gacha.
-Estaba con... una amiga -por el tono que ha dicho eso, sé que no estaba haciendo con ella lo que hacen los que son solo amigos, pero no voy a preguntar-. Me necesitabas para que te diera parte de mi Esencia y sobrevivir. Cuando llegué parecías un cubito de hielo.
Todo toma sentido en mi cabeza y, aunque no sea exactamente lo que se dice 'lógico', lleno la caja de mi cerebro con la palabra cordura. Tenía tanto tanto frío porque habían sacado toda mi energía (que era fuego, al parecer) de mi organismo. Y Kyle tenía cogida mi mano cuando me desperté, porque me estaba 'reviviendo' con su energía, si se puede decir así.
''Vale'' me digo a mi misma, sentándome también en la cama, alejada de Kyle, ''ahora solo me queda asimilarlo''.
-Eveline -dice él.
-¿Sí?
-Aún queda algo que no te he contado.
Noto como clava los dos atardeceres que tiene como ojos en mi, pero no voy a mirarle.
-¿Y qué es?
-Los Elementos son como una especie de magos. Eso quiere decir que tienes sangre del Mundo Mágico en tus venas.
-Sí, eso ya lo he pillado -le corto.
-No lo entiendes... -susurra afligido, lo que me sorprende-. Tus padres no eran de nuestro mundo. Eran totalmente humanos.
Esas palabras causan un gran impacto en mi. Es como si me hubiera robado el aire.
-¿Qué... qué quieres decir?
Aunque sé perfectamente lo que quiere decir.
-Eveline...
-¡No! ¡Dilo! -le grito medio sollozando.
Él agacha la cabeza por primera vez desde que le conozco.
-Ellos no eran tus verdaderos padres.


jueves, 1 de agosto de 2013

Capítulo 1: Fuego y hielo.

''Fuego para iluminar los mundos''.
''Agua para limpiar las almas.''
''Tierra para sostenernos en las luchas.''
''Aire para sentir la magia.''

Libro de los Elementos, introducción.




Otra vez.
Al abrir los ojos, las sábanas están pegadas a mi cuerpo a causa del sudor perlado, cosa curiosa porque tengo muchísimo frío. Por las persianas a medio abrir, entra una agradable brisa veraniega junto al sol típico de las seis de la mañana. La luz parece jugar con la piel de mi pie al descubierto y poco a poco, me va despertando.
Cambio de posición, de forma que miro al interior del cuarto.
Me desperezo completamente cuando vislumbro la maleta roja tendida en el suelo.
Gimo y me tapo la cara con la sábana.
Voy a Londres. Con una nueva familia, los Hopeful. No creo que la expectativa de un viaje a una de las ciudades europeas más solicitadas se base en ser adoptada después de que toda tu familia fallezca. Pero aquí estoy.
Salgo de la cama a regañadientes, avanzo hasta mi escritorio plagado de fotos y me libro de la camiseta XXXL que hace de pijama para ponerme pantalones cortos, una camiseta degradada y unas chanclas.
Debería estar asustada, ¿no?
Quiero decir, dejo Madrid, la ciudad en la que he crecido para irme a otra totalmente desconocida. Lo único que me suena de Londres es su Ojo, el Big Ben y el Tamesis atravesado por diversos puentes. Y todo eso gracias a los libros y a los blogs de fotografías que miro a veces, cuando Amalia me deja bajar a la sala de ordenadores que hay en el sótano. Amalia es la dueña del orfanato. Creo que tiene unos treinta y cinco años (nunca le he preguntado, no me parecía correcto). Luce una melena pelirroja que siempre lleva anudada en un moño descuidado y un mandil de flores amarillas.
A decir verdad, soy la única que vive aquí con ella. Amalia me ayudó a sobrellevar la pérdida de mis padres y de mi hermana, además de calmarme por las noches en las que comenzaron las pesadillas y en las que continuaron a esas (me daba una especie de brebaje que al día siguiente me dejaba exhausta). Ese sueño me ha atormentado desde que llegue aquí, es decir, desde que cumplí los dieciséis.
La puerta de madera se abre de par en par, dando paso a Amalia.
-¿Lista, cielo?
La verdad es que no, pienso. Mi vida ha dado muchas vueltas desde el último año. Acababa de acostumbrarme a vivir aquí y ya me tengo que marchar. Tengo más o menos superada la muerte de mi familia. Más que menos, aunque me gusta pensar que llegará un día en el que cuando me acuerde de sus caras sonriéndome, no me derrumbaré, ni me echaré a llorar.
Como odio ser la chica que no sabe ocultar bien lo que siente.
-Tengo un poco de miedo -admito mirando hacía abajo.
Amalia se sienta en mi cama y da palmaditas en el colchón para que acuda a su lado. Yo obedezco sin pestañear. Me rodea los hombros con su brazo y yo apoyo mi cabeza en su hombro. Tan fácil como respirar.
-No te preocupes -intenta tranquilizarme -. Ya sabes lo simpática y agradable que es Lucinda. Además tengo entendido que los Hopeful son una familia numerosa, y que tiene varios adolescentes descontrolados de tu edad. Te lo pasaras bien.
Lucinda es mi madre adoptiva. Ha venido en varias ocasiones a comprobar si no estaba ida de la pinza o algo peor, e incluso a conversar conmigo. Aunque todo sea dicho, solo ha conseguido sacarme que mis pasatiempos se basan en hacer fotos y leer. Suficiente para adoptarme, al parecer.
La mano de Amalia sobre mi largo cabello negro me trae de vuelta a la realidad.
-Eso está mejor. Ahora, vamos cielo.
Con esta última frase, me planta un beso en la frente y se desliza fuera de mi cuarto.
Creo que ya es hora de que yo también abandone este lugar. Cierro la maleta después de cepillarme los dientes y el pelo. De la silla del escritorio, cojo mi mochila hecha de tela naranja y empiezo a introducir mis libros, fotos, móvil y cámara.
Mi cerebro se concentra en realizar acciones, porque sé que si empiezo a vagar por otro sitio de mis pensamientos acabaré llorando. Y hace tiempo que me prometí no llorar.
Ni si quiera me doy la vuelta para contemplar mi cuarto una última vez. A veces es mejor no pensar en lo que dejas atrás, sino en lo que podrías tener delante. O al menos eso decía mi madre.
Cierro la puerta conteniendo el impulso de dar un portazo y emprendo el viaje por el pasillo con la sensación de que me arde el corazón.
El pasillo sigue siendo igual que siempre. Las moquetas persas marcadas por mis pasos a lo largo de este año, las lámparas de pie colocadas a intervalos, que ahora están apagadas porque la luz que aportan las ventanas es suficiente.
Acaricio distraidamente la pared forrada de papel, consciente de que esta será la última vez que lo haga. Aparto el pensamiento.
Mi hermana ahora mismo estaría correteando a mis espaldas, implorándome que fuera más deprisa, para llegar cuando antes junto a nuestros padres y así emprender el viaje correspondiente al verano.
Pero ahora no está. Ni volverá a estar.
Ya estoy a mitad de la escalera de caracol que lleva al vestíbulo cuando la maleta se adelanta a mis pasos y me hace tropezar.
Suelto una palabrota por lo bajini y elevo la vista a la vez que me estabilizo.
Conozco a dos de las tres personas que están delante de mi.
Una de ellas es Amalia, otra Lucinda con su pelo rubio más bien oscuro, sus ojos de un azul afilado y sus facciones castigadas por los años suavizadas por una sonrisa. A su derecha se encuentra la chica que no conozco. Tiene más o menos mi edad, y una melena rubia contornea un bello rostro donde brillan dos ojos verdes. Verde de las aguas de un pantano.
Las tres están enfrascadas en una conversación silenciosa, donde no osan a levantar la voz. Cuando Lucinda se da cuenta de mi presencia, abre mucho los ojos y hace que las demás se giren hacía mi.
-Ella, Eveline, es mi... sobrina. Se llama Rose -aclara mi nueva madre al darse cuenta de que la examinaba.
-Encanta -respondo mirando a Rose, que sonríe mostrando todos sus dientes.
¿Y qué diantres hace aquí su sobrina?
Al instalarse un silencio incómodo, Lucinda carraspea.
-Bueno, iremos metiendo tus cosas en el coche para que te vayas despidiendo.
La chica rubia coge mi maleta, prácticamente me la arranca de la mano. Lucinda dirige una mirada a Amalia, y al final las dos desaparecen por la puerta abierta del orfanato. Vaya, un poco más rápido, puede que un tornado golpee Madrid, me permito pensar irónicamente.
Miro hacía la mujer que me ha cuidado durante doce meses y enarco una ceja como diciendo ''adolescentes descontrolados que llevan mi maleta a un coche sin si quiera pedírselo, muy original''. Ella ignora el gesto y viene hacía mi, abriendo sus brazos.
Los abrazos siempre me han gustado. Excepto los de despedida, esos los odio. Tendrá que ver desde 'des-' hasta '-pedida'.
-No llores, cariño -me reprende.
Espera, ¿estoy llorando? Yo nunca lloro. No al menos delante de personas. Pero el escozor de mi garganta dice lo contrario.
-Es que te echas mucho perfume y se me mete en los ojos.
Ambas sabemos que nunca se echa perfume. Aunque huele levemente a casa, y a humo. Siempre he pensando que es porque fumaba, pero nunca le he visto con un cigarro en las manos. En un acto de piedad, no dice nada y se dedica a estrecharme entre sus brazos hasta que me tranquilizo.
Cuando oímos el sonido de un claxon, nos separamos muy a nuestro pesar.
-Se fuerte, Ever. Te necesitan.
-¿Necesitar? ¿Para qué? No serán una de esas familias que no paran de hacer flashmoves a lo High School Musical, ¿verdad? -pregunto intentando sonar graciosa, ignorando que hace unos segundos intentaba controlar algunas lágrimas.
Pero cuando miro a Amalia, sé que lo dice de verdad por su expresión seria. Cierro la boca y asiento un tanto desconcertada.
-Bien, ahora ve -ordena ella con una sonrisa torcida.
Agarra un mechón rojizo de su pelo que se ha salido del moño y se lo coloca toscamente detrás de la oreja. Algo tan cotidiano y natural que se que voy a echarlo de menos.
-Adiós, Amalia.
-Nunca digas adiós. Eso suena horrible. Dime 'hasta luego', cielo. Por favor.
Sería bonito pensar así. Ser inocente y confiar en que, un día, por un azar del destino, mientras doy un paseo por las orillas del Tamesis, me encontraré a Amalia con su pelo en llamas. Aún así, inclino la cabeza como si fuera un gato ''inocente'' y me despido como ha pedido.
Le doy un último abrazo, algo más corto de lo que querría e intentó retener su olor en la memoria mientras bajo las escaleras que dan a la calle.
Me descuelgo la mochila de un hombro, de forma que se acuna en mi regazo, para sentarme cómodamente en la parte trasera del Land Rover de Lucinda.
Ella mira por el retrovisor hasta que da con mi mirada. Le sonrío y me devuelve la sonrisa.
Oigo el ronroneo del coche justo cuando miro hacía atrás para ver como se pierde el orfanato por el horizonte, hasta que se convierte en un punto diminuto custodiado por árboles que se mueven a gran velocidad.
Caigo violentamente sobre el asiento, llamando así la atención de Rose.
-¿Estás bien?
Oh, no. Por favor, que no me mire con pena, suplico mientras me giro para dar con sus ojos.
Ni rastro de pena. Eso me gusta. Inmediadamente confío en ella.
Levanto mis ojos hacía Rose, frunzo el ceño levemente, de esa forma que haces cuando vas a llorar o estás triste y junto los labios para luego encogerme de hombros.
Rose parece entenderlo, porque se muerde el labio pintado de rosa y me da un apretón en la mano. Leo lo que dice sin emitir ningún sonido: ''lo estarás''. Luego, vuelve a mirar por la ventana, perdiéndose en sus pensamientos.
Los resultados de haberme despertado pronto empiezan a hacer efecto en mis párpados, que se van cerrando poco a poco hasta que el sueño me atrae en su garras.

<<El frío helado me hace daño en los pies, como si miles de cuchillos se clavaran en mis plantas desnudas.
Eso es siempre lo primero que noto.
Lo segundo es que nieva. Millones y millones de estrellas congeladas caen a montones sobre la hierba ya blanca.
Mis pies se quejan tanto que me veo obligada a movilizarlos para que no se me caigan los dedos. Y, sin quererlo, acabo en una plataforma congelada que en primavera, verano e incluso otoño llegó a ser un lago.
Ignorante del peligo que corro, continuo mi paseo suicida hasta el centro de la superficie plana y sin movimiento.
Bajo mi cuerpo, siento que el hielo vibra. Asustada, miro hacía abajo.
Y ahí está la última cosa cosa que veo.
Holly.
Mi hermana.
Su cabello rubio hondea siguiendo el ritmo de las aguas frías y sus ojos marrones permanecen clavados en mi.
Empiezo a patalear intentando romper la barrera que nos separa. Pero es inútil. Como siempre.
Aquí es donde Amalia me suele despertar. Aunque esta vez no es así.
Lágrimas impotentes empiezan a rodar por mis mejillas rojas a causa de las bajas temperaturas.
No la puedo perder. No puedo dejarla muriéndose ahogada o por hipotermia, o pulmonía...
Entonces noto el corazón ardiendo. Al segundo todo mi ser está en llamas, todos mis sentimientos salen al exterior en forma de fuego. Concentro toda mi energía en eso, con la esperanza de derretir el hielo. Pero nada sucede después de lo podrían haber sido segundos, meses u años.
Caigo de rodillas muerta de cansancio y de frío. 
Necesito cerrar los ojos, necesito dejarme ir solo un segundo... Hago un ovillo con mi cuerpo en un intento de esquivar el viento que cala hasta mis huesos.
Con ríos salados aún recorriéndome la barbilla, busco a Holly. Siento un inmeso alivio al encontrarla fuera del agua, mirando la escena con un redondel de hielo a su izquiera (por donde supongo que ha salido a la superficie).
-Oh, Holly...
-Demasiado tarde, Eveline -dice ella con un tono de voz más maduro de lo que le corresponde a su cuerpecito.
Ni si quiera tengo tiempo de gritar antes de que se clave un hielo tan afilado como un cuchillo en su pecho.
Algo se revuelve dentro de mis entrañas cuando veo abrir mucho los ojos y precipitarse de espaldas sobre el hielo. Mis ojos parecen captar todo a cámara lenta para hacerme sufrir más.
Echo una última llamarada y me sumerjo en...>>
                                                                             la oscuridad.

domingo, 7 de julio de 2013

Prólogo: 1884.

Se dice que los primeros Elementos
se crearon entre 1870 y 1890, dado
que los escritos comenzaron por
aquel entonces.

Libro de los Elementos, sección Orígenes.


La madre de Adele siempre insistía en que su hija vistiera sus mejores prendas para conquistar a algún galán adinerado y así librarse de la pobreza que las oprimía. Después de la muerte de su padre, lo habían perdido todo a causa de los problemas de este con las apuestas y el juego. Pero todo eso cambió cuando Adele cumplió sus catorce y empezó a abandonar sus formas de niña y a convertirse en una hermosa adolescente.
Reemplazó sus vestidos grises y malolientes, que no resaltaban sus ojos avellanados, ni el color de sus mejillas; por otros que le costaban a su madre dos terceras partes de lo que podía conseguir en un mes, pero que eran de colores vivos y voluminosos en las partes correctas.
Pasaron varios años hasta que Adele accediera a salir con aquellos vestidos. Ella nunca había sido de las chicas que pasaban contoneándose y girando sus sombrillas bordeadas de encaje por el pueblo. Más bien era de las que disfrutaba de su anonimato, escondiéndose con su cabello mientras leía algún libro que un transeúnte se dejaba olvidado en un banco.
Pero también era consciente de que su madre y ella necesitaban dinero. Y también sabía que la única forma de conseguirlo, era contrayendo matrimonio.
La primera y última vez que dejó que su madre, Julie, la embutiera en una de sus caros vestidos, no dio crédito a sus ojos.
Era de un azul oscuros, que dejaba ver su clavícula y hombros. La cola era doble y caía a su cintura rodeado de diversos lazos. Mientras Julie apretaba los nudos a su espalda, la joven no pudo evitar fijarse que su pelo rubio recogido con dos trenzas que le rodeaban la cabeza, conjuntaba a la perfección con aquel vestido. Además de que aclaraba aún más su piel y sus ojos parecían misteriosos. Su  madre la contemplaba orgullosa por el espejo.
-Estás hermosa.
Lo dijo como si fuera una obviedad, como si todo el mundo lo supiera y se dedicara a comentarlo como quien saluda a un conocido por la calle.
-Feliz decimosexto cumpleaños -añadió mientras le rodeaba el cuello con una cinta de la que pendía una corona de plata del tamaño de dos garbanzos.
Adele se llevó los dedos al accesorio. Sabía que a su madre le costaba mucho ganar algo que llevarse a la boca y le molestaba enormemente que las intercambiará por aquellas tonterías sin las que podría vivir. Pero eso no iba a decírselo. Julie montaría un númerito y se encerraría en la cocina sollozando lo desagradecida que era. En vez de eso, sonrío y le dio las gracias para evitar su reacción.
Aquella noche, tendría lugar la velada de San Valentín, donde los caballeros cortejarían a las damas para luego invitarlas a bailar. Si Adele tenía suerte, pensó Julie, conseguiría un viejo insoportablemente rico que muriera al poco tiempo. Más no sabía que todo se iba a salir de sus esquemas. Aunque claro, eso no podía suponerlo ni de lejos, viendo como su hija bailaba con un hombre de rica apariencia y grandes patillas que empezaban a clarearse.
-¿Cómo es que no la he visto antes, dulce Adelaide? -preguntó el hombre a la vez que la acercaba más a su cuerpo sudoroso.
Adele tenía ganar de vomitarle encima y de abofetearle hasta que la soltara. Imaginó la imagen y sonrío.
-Oh, suelo pasar bastante inadvertida.
Lord Nelson, así se llamaba, mostró sus dientes negruzcos y gastados al soltar una carcajada.
-Pero querida, eso no es posible. Ahora mismo nadie le quita el ojo del encima. Me siento afortunado al ser yo el que pudiera bailar con usted.
Adele ignoró el cumplido deliberadamente y, sorprendida, se dio cuenta de que era cierto que la contemplaban. Había varias mujeres con hijas de su edad, a las que les brillaban los ojos de celos, algunos hombres que esperaban bailar con Adele y un chico algo mayor que ella, con un traje de etiqueta, clavando sus ojos en los suyos. Su cabello estaba peinado hacía atrás, sujeto mediante un lazo verde a juego con sus ojos, que la escrutaban sin vergüenza.
Ella fue la primera en apartar la mirada.
-Bueno, aproveche ese placer entonces, Lord Nelson -respondió al fin.
Su pareja de baila volvió a sonreír en esa mueca horripilante y la atrajo aún más, de una manera bastante inapropiada, que hizo que a la pequeña Adele se le revolvieran las entrañas.
-Debería comportarse, Lord -le regaño ella soltando una risita falsa pero coqueta, que le había enseñado su madre.
Él, que iba camino de enterrar su nariz en el hombre de la joven, se apartó de golpe con una mueca de ira. Pero al oír la risa de Adlee, le hizo girar sobre sí misma y le dio la razón a la vez que tiraba de ella fuera de la pista.
Notaba las miradas de algunos de los asistentes cubriendo su marcha, incluida la triunfal de su madre. Adele dirijió sus ojos a donde antes había estado el joven de los ojos verdes, pero allí no había nadie.
Finalmente, el hombre se paró en seco al llegar a una callejuela demasiado apartada del barullo de la gente. Sin previo aviso, empujó a Adele contra la pared putrefacta y la acorraló. El corazón de la joven, creyó notar, se quemaba. Lo notó arder una milésima de segundo, aunque no pudo pensar mucho en ello, dado que Nelson estaba a escasos centímetros de su clavícula.
-Llevas escandalizándose con ese vestido que deja al descubierto tu cuello tooooda la noche. Así que vas a ser buena y vas a cerrar esa bonita boca que tienes.
Tanta brusquedad hizo que Adele se alarmará. No quería que aquel individuo sudoroso y asqueroso la tocará el mínimo retazo de piel. Intentó escapar de sus garras, pero él fue más rápido. Negó con la cabeza.
-Si no quieres por las buenas, será por las malas.
Y con esa última sentencia, agarró las delicadas muñecas de Adele y las subió por encima de su cabeza con tan solo un brazo.
Ella movió todo su cuerpo para liberarse de Lord Nelson otra vez. El hombre empujó su cuerpo contra la pared sin darle otra opción que quedarse inmóvil. A continuación, Adele empezó a despotricar contra él, pero este no le prestaba atención; estaba concentrado en besarle el cuello y en ir subiendo hasta sellar su boca, sofocando sus insultos.
Sabía tan mal como se esperaba. A dientes podridos, a vino rancio y a algo pasado de fecha.
Esta vez, Adele notó el corazón ardiendo de verdad. Notaba como las llamas nacían y ondeaban dentro de su pecho, extendiéndose por su interior. Y, por extraño que pareciera, no tenía calor ni miedo.
Cuando Lord Nelson se separó de ella, no perdió tiempo y haciendo acopio de toda su valentía, le escupió en la cara. Él pareció confundido tan solo un segundo y luego una máscara de furia pura le envolvió.
-Maldita zorra... -gruñó.
-¡Suéltame! -bramó ella tan alto como pudo.
Para su sorpresa, él obedeció, y Adele cayó al suelo sin poder sostenerse sobre sus propias rodillas. Se acurrucó alrededor de su cuerpo, intentando que aquel hombre repulsivo se alejará de ella.
-Mi dulce Adelaide... -susurró él repentinamente cerca.
-No soy nada tuyo -dijo en el mismo tono-. ¡Aléjate de mi!
Justo en ese momento, él se abalanzó sobre ella, dejándola tirada en el suelo. Nelson se sentó a horcajadas sobre Adele.
-Ahora serás todo mía.
Hizo un amago de agarrar sus muñecas de nuevo, pero en cuento sus pieles tomaron contacto, se oyó algo parecido a carne chisporrotear y Nelson retiró las manos en medio de gritos de dolor.
En un momento de confusión para ambos, Adelaide asestó un fuerte golpe con su rodilla en la entrepierna de su agresor. Él soltó una palabrota y rodó sobre sí mismo.
Adele se levantó lo más rápido que pudo y, agarrándose las faldas, echó a correr.







-¿Dónde se habrá metido?
Josh parecía bastante inquieto, andando de un lado para otro y echando una ojeada al reloj que le colgaba del bolsillo cada minuto.
No parecía una chica a la que se le pudiera perder de vista, pensó Thomas, es más; casi todo el mundo le había echado una mirada por lo menos una vez, aunque fuera furtiva. Aunque claro, él no podría culparles, era una dama hermosa, con esa piel de porcelana y ese pelo color mediodía.
Thomas se regañó a sí mismo. No estaba allí para eso, sino para encontrar a aquella chica y llevarla a la Sede cuando antes.
-¿Has dicho que estaba bailando la última vez que la viste? -le preguntó Josh de nuevo, sacándole de sus pensamientos.
El joven asintió, y en su mente flotó la desagradable imagen de ella evitando mirar a su acompañante y mirándolo a él.
En aquel instante aparecieron de la nada tres señoras con lustrosos vestidos a medida, revolotoando y riendo a la vez que se aproximaban a Josh. Deberían de haberlos visto a lo lejos, como unos extranjeros que carecen de pareja en San Valentín y de los que se han apiadado. Cuan ingenias eran.
Una de ellas, la que parecía ir más arreglada de las tres, les saludó con un cortés movimientos de cabeza.
-Buenas noches, caballeros.
Josh, sin saber muy bien como reaccionar a las costumbres del Mundo Humano, imitó el gesto torpemente, creando risitas de las mujeres.
Thomas contuvo también una risa, pero no por lo que se que pensarán ellas, sino porque su compañero estaba siguiendo con la mirada a un mosquito que le había golpeado varias veces, curioso, supuso, por oler sangre azul de dragón.
Las señoras perdieron el interés en Josh cuando dieron con Thomas. Dos de ellas incluso formaron una pequeña ''o'' con sus labios excesivamente perfilados.
-Vaya, vaya... ¿es usted de aquí, caballero?
Thomas no estaba de humor para aquello, aún así se obligó a sonreír educadamente.
-En realidad vengo de un pueblo cercano, junto a mi tío... Marc -dijo señalando a Josh con la cabeza que estaba entrecerrando sus ojos en dirección al mosquito.
Mintió a esas humanas, no creía que pudieran entrometerse mucho en un mundo del que se inventaban la mayoría de lo que decían saber, pero prefirió no arriesgarse.
-Tiene usted acento francés -comentó la mujer que llevaba un descocado vestido amarillo.
Ahí le habían pillado. No era original de Francia, sino que se fue allí cuando cumplió dieciséis para aprender a manejar su... talento.
Thomas se encogió de hombros, como si fuera un dato sin importancia.
-Oh -dijo la misma que les había saludado, pero esta vez clavando sus ojos en él como si fueran dardos-. Es una lástima, creía haber visto en usted... la llama que dicen que poseen algunos jóvenes en París.
La forma en la que pronunció ''llama'', hizo que Josh o Marc, como le había rebautizado improvisadamente, se girará en redondo. Además de que Thomas no recordara haber mencionado que venía concretamente de París.
El joven se maldijo por no haber notado nada extraño antes en ellas.
Palpó disimuladamente el cuchillo que tenía metido en la cinturilla de su pantalón, preparándose para atacar. Las tres mujeres, si se las podía llamar así, sonrieron arrugando los ojos. Josh dio un paso hacía delante.
-Me temo que tenemos que dejarlas. El carruaje nos...
La única que no había hablado aún, la del pelo rojizo, alzó una mano en su dirección sin dignarse a mirarle, mientras Josh era catapultado cuatro metros hasta la pared más cercana. No abrió los ojos al caer.
-Dafne -siseó Thomas.
La aludida se relamió los labios bajando la mano y dando un paso hacía él.
Elemento Fuego saludó en la mente del joven.
A Thomas le entraron unas intensas ganas de golpearse la cabeza por no haberla reconocido.
Dafne chasqueó los dedos, evaporando el disfraz que portaban ella y sus acompañantes, mostrando su forma real: cabezas de un color grisáceo que no podía ser sano, ojos negros sin pupila, una línea que debía de ser su boca y esa túnica negra que portaban todos los Oscuros y los que pertenecían a su movimiento.
¿Me has echado de menos?
-Siento decepcionarte, pero preferiría vomitar un año entero antes que verte. Y dado que te estoy viendo, voy camino de vomitar aquí y ahora.
Dafne rió en la mente de Thomas, creándole escalofríos. Mientras, las otras dos, permanecían en silencio.
Tan encantador como siempre, querido.
Él hizo una reverencia, aprovechando para agarrar el cuchillo completamente. Cuando lo alzó, la llama de su Esencia brilló atrapada en su interior. Thomas sonrió.
-Ojalá pudiera decir lo mismo de vosotras, brujas.
En el momento en el que iba a atacar, oyó un grito que provenía de un callejón cercano.
-¡Suéltame!
Las brujas se miraron entre ellas, como sin dar crédito a ese sonido. Luego sonrieron, si a esa mueca se le podía llamar 'sonreír' y desaparecieron dejando a Thomas cuchillo en mano.
El joven miró a un lado y a otro, sin ver más que oscuridad alumbrada por su cuchillo y a... ¡Josh! Corrió hacía él, casi tropezando con sus propias piernas que casi nunca daban un paso en falso. Bueno, nunca excepto esa vez.
Cuando llegó junto a su compañero, no le faltó ni un ápice de aliento, simplemente se arrodilló junto a él, susurrando su nombre.
-Josh... Josh... Venga, abre los ojos.
Le golpeó repetidas veces en la mejilla, sin intención de rendirse. Hasta que abrió los ojos levemente.
-Odio a las brujas... -susurró.
Thomas casi rió, pero Josh empezó a toser. Toser una sustancia azul. Le costó entender que era su sangre.
-Sobretodo cuando me revientan los intestinos con sus hechizos -añadió una vez hubo el suelo y la camisa de Thomas de esa sangre color cielo-. Tienes que irte.
Y él lo sabía. Si esos Oscuros le habían dejado por un grito, solo podía ser de una persona. Pero no podía dejarle allí, solo, sin curarle.
-Pero tú... -intentó decirle.
-Sobreviviré, siempre lo hago. Ahora corre -le ordenó mientras cerraba los ojos.
Thomas se levantó, ignorando la sensación de que Josh tenía una hemorragia interna y que, moriría si no se daba prisa. Con esa idea, echó a correr hacía el lugar de donde sonó el grito.






Adele no recordaba haber corrido tanto en su toda su vida. Sus pies se movían con una agilidad y rapidez que nunca hubiera creído posibles. No se paró a pensar que podría haber pasado para que, de la noche a la mañana, se sintiera en llamas y que tuviera esa resistencia y fuerza. No pensaba en otra cosa que no fuera escapar, huir.
Y por eso mismo, no se dio cuenta de que tenía compañía.
-Vaya, vaya... ¿a dónde vas tan rápido, querida?
Adele paró en seco, parpadeó un tanto confundida. No recordaba haber visto a aquellas mujeres acercarse hasta cerrarle el paso. Pero eso no le importó. Escapar, huir.
-¡Ayúdenme! ¡Un hombre me ha... me ha intentando...!
No pudo continuar. Pensó en las manos de Lord Nelson sobre ella, besándola en contra de su voluntad. Adele siempre había soñado con que la primera persona que la tocara de ese modo, la amara. Y que, fuera correspondido. Que su primer beso fuera correspondido. Una ira ciega la invadió, ira mezclada con tristeza. De nuevo sintió el aleteo de las llamas en su pecho.
Entonces, las mujeres sonrieron de una forma bastante siniestra.
-Parece que hoy vamos a tener suerte. Dos Elementos en una noche -comentó una, que llevaba un vestido amarillo bastante inapropiado.
-¿Perdonen?
No sabía de que hablaba, pero algo en su tono de voz hizo que Adele retrocediera despacio por donde había venido.
-Oh, exacto querida. Asustate, cuanta más Esencia mejor.
¿De qué hablaban aquellas mujeres? ¿Por qué se estaban acercando a ella? Casi sin darse cuenta, su fabuloso vestido había acabado aplastado entre su cuerpo y la pared.
La mujer con el pelo rojizo, la que aún no había abierto la boca, se plantó delante de Adele cuando apenas un segundo antes, había estado a algunos metros de ella. No le dijo nada, simplemente la miró a los ojos.
''Tiene unos ojos curiosos'' se dijo a sí misma Adele.
Era cierto, al principio había creído que eran de un violeta pálido, parecido al azul. Aunque después, su pupila se fue haciendo más y más grande hasta cubrir el iris y la parte blanca.
Eso es, suelta el fuego.
Adele intentó sofocar un gritito de horror cuando oyó la voz en su cabeza, pero no salió nada, solo esa sensación del corazón consumido por las llamas. Pasaron así unos segundos, en los que visiones de Nelson abusando de ella le hacían patalear y de vez en cuando, soltar un sollozo. Ella nunca lloraba. Y nunca se había sentido tan exhausta como entonces.
En un momento de lucidez, vio a la ''mujer'' que la tenía acorralada delante de un destello verde. Lo único que supo después es que la imagen de Lord Nelson desapareció y estaba en el callejón, sola. Excepto por un joven con el pelo negro echado hacía atrás sujeto con un lazo verde a juego con sus ojos. El chico que la miraba. Estaba tan cansada que solo podía tener abiertos los ojos, sus extremidades no respondían.
-¿Estás bien? -le preguntó a Adele acercándose a ella.
Examinó el entorno como pudo, había dos cuerpos tendidos en el suelo. Uno con un vestido amarillo y el otro con una túnica negra. Pero ninguno tenía el pelo rojo. Sin ser consciente, suspiró y negó con la cabeza al chico que tenía delante de ella. Él se la quedó mirando un largo tiempo, el suficiente para hacerle sentirse incómoda.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó después.
-Adelaide.
Lo dijo tan bajo que no sabía si él le había oído, pero pareció suficiente.
-Bien Adele. Yo me llamo Thomas. Voy a sacarte de aquí, pero necesito que respires y te relajes. No pienses en nada.
Ni si quiera le dijo que no la tuteara, ni que no la llamará por nombre de pila, no podía. Simplemente cerró los ojos y notó como le rodeaba con sus brazos y la alzaba del suelo. Por extraño que pareciera, eso la calmó. Simplemente se concentró en el tacto de sus dedos en su espalda y el calor de su pecho contra su sien. Los notaba levemente calientes. Oía el latido del corazón a través de su traje de etiqueta y se concentró en ese sonido mientras los pasos de Thomas mecían su cuerpo. No pensó en que pudiera hacerla daño, necesitaba poder confiar en alguien.
Pasaron algunos minutos hasta que Thomas dejara a Adele de nuevo en el suelo, pero esta vez ella podía abrir los ojos e incluso moverse un poco. Milagrosamente había recuperado la energía.
Vio a Thomas arrodillarse junto a un cuerpo. Este no se movió cuando lo zarandeó varias veces. Pero él no paró, siguió sacudiendo al hombre. Después, comenzaron las lágrimas de impotencia, y; luego, los gritos de furia.
Adele se levantó y el joven no se percató de eso. Mientras la chica se acercaba a él, Thomas no paraba de sollozar entre palabrotas. Ella se estremeció, conocía ese dolor. Era el dolor de perder a alguien que querías, y lo conocía lo suficiente, para saber que no era agradable. Se agacho junto a él, aún sabiendo que no le conocía, y le puso la mano sobre el hombro, notando (un tanto excesivo) calor corporal. Thomas se giró del golpe al notar su contacto y Adele pudo ver el a la perfección sus ojos verdes, cubiertos por una película de tristeza. Pudo ver los ríos salados que había dejado la perdida de aquel hombre. Pudo ver su propio reflejo en las pupilas de aquel joven. Demasiadas veces había estado al borde del precipicio en una misma noche.
Sin saber muy bien como, le rodeó con su brazo desnudo y Thomas se acurrucó contra su pecho.
-Debería ser yo el que te salvara a ti -dijo sorbiendo por la nariz.
Adele se tomó unos segundos para procesar la información. Sabía que algo no estaba bien con ella y con él, y con esa noche en general. Pero se mordió la lengua, consciente que lo que menos necesitaba Thomas en estos momentos eran preguntas.
-Supongo que a veces el héroe necesitan que lo salven.
Eso bastó para que Thomas parara de llorar y se recompusiera mágicamente. De repente el calor de sus cuerpos tenían la misma temperatura y Adele se fijó en que estaban rodeados de algo azul, más claro que su vestido, pero demasiado pegajoso.
-¿Qué...?
-Sangre de dragón -respondió él levantándose de su lado y sacudiéndose la suciedad de su camisa.
Adele abrió mucho los ojos.
-Dragón -repitió ella sonriendo levemente, como si fuera una broma.
-Oh claro, crees que eres humana. Crees que todo eso son cuentos que cuenta mamá a sus hijos antes de irse a dormir.
Adele contempló como limpiaba un cuchillo del tamaño de su brazo son su chaqueta y se lo metía en la cinturilla del pantalón. Miró de reojo al hombre.
-¿Y no es así?
-No. Si no lo de 'sangre dragón', 'brujas que iban a matarte', y 'Elementos' sería mentira. Y juzgando nuestra velada, parece bastante real.
-¿Han estado a punto de matarme?
-A ti y a mi. Los primeros Elementos de Fuego.
-¿Por qué?
Thomas cogió al hombre en brazos y comenzó a andar. Se paró en seco al ver que Adele no le seguía. Bajo los hombros.
-¿Vienes, Adele?
Ella no se movió de donde estaba. Con su vestido azul roto en la noche de San Valentín, parecía una versión cutre de Cenicienta.
Supuestamente acababa de ver muerto a un dragón y por poco ella también lo habría estado. Un hombre había intentado abusar de ella y su madre... Dios Santo, su madre. Iba a dejar a su madre morir de hambre para irse con un extraño que posiblemente estaba en las drogas. Cuando levantó la mirada, se encontró con Thomas mirándola con una ceja elevada.
-¿Vienes? -volvió a preguntar.
-¿A dónde?
-A descubrir por qué sientes fuego en tus entrañas -respondió completamente serio.
Adele encajó las piezas en su cabeza. ''Fuego'', ''Elementos''.
-¿Tú también?
Thomas asintió muy despacio.
Sí. Quería hacerlo. Sabía que era una locura, pero todas sus heroínas literarias habían cometido una locura. ''Tu vida no es una novela'' le dijo una vocecita en su cabeza.
-¿Por qué debería confiar en ti?
Thomas se desprendió de un anillo con una piedra incrustada de color rojo, un rubí, pensó Adele. Pero cuando se lo quitó, el color desapareció. Alzo la mano hacía arriba y se retiró la manga. A continuación, cerró los ojos. Durante unos instantes no pasó nada, pero luego de sus dedos salieron varias llamas que se extendieron por su mano. Rápidamente se puso de nuevo el anillo que recuperó el color original.
El joven le tendió la mano que no tenía el anillo. Adele, aún indecisa, miró a los ojos a Thomas. Algo, un brillo, un matiz, hizo que Adele supiera que no le mentiría, ni le haría daño. El tipo de brillo que no vio en Nelson. El tipo de brillo que veía en su madre y que vio en su padre. El tipo de brillo que te da la luna para guiarte por el bosque. Ya le había salvado la vida una vez. La chica le tendió la mano.
-Bienvenida al Mundo Mágico, Adelaide.
Y así, se encaminaron fuera de esa callejuela dónde la Esencia de Fuego empezó a arder 124 años antes, dónde comenzó su maldición y su historia.